Las gotas caían lentamente. Podía
observar cómo chocaban contra el vidrio de la ventana.
- ¿Qué es eso?- preguntó la
pequeña Ariana- ¿Alguien arroja agua del cielo?
Claro, pensó para sus adentros,
la niña nunca había visto lluvia. Nunca había experimentado la frialdad de las
gotas enviadas por el cielo. Siempre habían vivido en una zona seca, árida,
como todo lo que había en ella, excepto la pequeña claro…
-Es lluvia, cae de las nubes que
siempre observamos en el cielo.
Vio suspirar con nostalgia a
Ariana. Ella no se lo decía, pero lo podía sentir. Sentí que el temor y la
tristeza de la niña, este no era su hogar. Ella era de las tierras áridas de
donde la había sacado, ella era uno de ellos, pero no la había podido dejar
ahí. Las plantas del desierto también se pueden adaptar a las zonas húmedas.
-¿Y por qué cae?
¿Por qué cae? La ciencia lo habría
podido explicar muy bien, pero no quería confundirla con esos temas, no aún,
pronto en la escuela alguien se encargaría de hacerla olvidar todo los sueños y
mentiras que la gente mayor inventaba para los niños como ella, mientras tanto…
-Porque la princesa de las nubes
llora.
-¿Vive una princesa en las nubes?
-Sí, una princesa con toda su
corte. Viven desplazándose por los cielos. Las nubes son sus aldeas, su gente,
sus animales y su castillo.
-¿Y por qué llora?
Había comenzado con la historia,
siempre lo hacía, siempre olvidaba que tarde o temprano la pequeña la obligaría
a responder a todas sus dudas. Y a pesar de sentirse cansada de
responderlas…esos momentos en que le contaba las historias eran los más
hermosos de cada día. Los únicos en los que ella olvidaba el dolor y Ariana
olvidaba su tierra.
-Hace muchos años, tantos que ni
todos los años de diez vidas como las mías alcanzarían para contarlos, la
princesa de las nubes se enamoró de un hermoso caballero de la tierra. Su
resplandeciente armadura era la única cosa sobre la tierra capaz de reflejar a
su padre el Sol en todo su esplendor. La princesa lo vio por primera vez cuando
su nube-castillo fue a parar encima de donde el caballero entrenaba. En esa
época el caballero era aún un escudero, pero eso no importaba mucho para la
princesa, porque sus años no transcurren a la misma velocidad que los nuestros.
Una eternidad nuestra, pueden ser un pestañeo para ella. Y así la princesa,
contemplando a su escudero, luego caballero, se enamoró, se enamoró profundamente.
Un día la princesa se armó de
valor y se escapó a hurtadillas de su nube-castillo. Tocó la tierra de los
mortales como ningún otro ser de las nubes lo había hecho antes. Tocó la tierra
y se acercó al caballero mientras este observaba el atardecer en una alta
colina cercana a su castillo. El caballero había combatido toda la mañana,
defendiendo el honor de su rey, y sus tierras. En cuanto vio a la princesa
creyó que había muerto en la batalla. Su hermosura era incomparable, no había
una princesa en la tierra que la igualara.
- Las estrellas brillan por ti, y
por cada paso que das. No sé tu nombre, pero con tan solo ver tu rostro una vez
podría morir tranquilo.
Y ante ese atardecer le declaró
su amor eterno, pero su padre Sol muy pronto partiría, y ella con él. Así que
la princesa tuvo que dejar a su príncipe, pero le prometió regresar, le
prometió volver a verlo en aquel lugar el siguiente atardecer. Y el príncipe la
dejó partir con esa promesa enunciada por sus labios.
Pero como había dicho…el tiempo
de la princesa es diferente al nuestro. Por lo que para la princesa un
atardecer podía equivaler igual que miles, así que la siguiente vez que la
princesa regresó a la tierra el caballero no la esperaba. Y regresó y volvió a
regresar, pero nunca más vio al caballero. La cuarta vez que regresó caminó
colina abajo rumbo al castillo del caballero, pero no había más un castillo,
solo ruinas, piedras solitarias una sobre la otra. Y en medio de todo, una
pequeña niña.
-¿Por qué lloran los ojos
azules?- preguntó la princesa cuando la niña alzó la vista para verla.
-Oh, princesa de las nubes,
porque lo he perdido todo. He perdido a mis padres, y a mi pueblo. He perdido
mi tierra, y casi pierdo la vida.
-¿Vivías en este castillo?
La princesa observó las ruinas
que la rodeaban y se secó las lágrimas antes de responder.
-No, mi princesa de las nubes.
Este no era mi castillo, estas siempre han sido solo un montón de rocas, y lo
fueron para mis padres, y para mis abuelos, y así para toda mi familia desde
que caben los recuerdos. Yo vivía cerca de aquí, pero ya no me queda nada…
Y la niña siguió llorando. La
princesa de las nubes la consoló, le contó de su caballero, le contó de su
nube-castillo, le contó de su padre el Sol, y de sus hermanos los otros astros
del cielo. Las lágrimas se secaron. Y
así la princesa de las nubes dejó encantada a la niña de los ojos azules con su
hermoso mundo, hizo que sintiera que no todo estaba perdido. La ayudó a olvidar
el dolor cuando ella misma sentía uno mucho mayor. Porque en cuanto la niña le
había explicado lo del castillo, entendió todo por fin. El tiempo la había
engañado, y ella se había quedado sin su caballero.
Así, finalmente, la princesa y la
niña subieron hacia la nube-castillo, y ambas siguieron el recorrido del Sol. Pero
cada vez que las nubes llegaban nuevamente a la tierra de la niña de los ojos
azules y la de su caballero, la niña bajaba y corría por los campos, recordando
su tierra y todo lo que había amado alguna vez. Mientras tanto, la princesa de
las nubes quedaba en su nube-castillo, y lloraba, lloraba por el dolor que
sentía de haber perdido a su caballero, el dolor de tener que estar lejos de él
porque el tiempo la había engañado.
-Y por eso cae la lluvia, caen
las lágrimas de la princesa, cada vez que las nubes se acercan a la tierra del
caballero que amó y de la niña de los ojos azules que a su vida la alegría
devolvió.
Ariana dio un pequeño suspiro, se
había quedado dormida escuchando la historia. Tal vez había podido escuchar el
final, tal vez no, no lo sabía exactamente. Tapó a la niña con una cálida manta
y se sentó al lado de la ventana. Pudo observar el final de la lluvia, y luego
cómo el cielo se despejaba. Un pequeño rayo del Sol asomó entre las nubes. La
princesa había dejado de llorar, la pequeña niña de los ojos azules seguiría
alegrando sus días.
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